El aislamiento invisible, cuando el cuidador empieza a quedarse solo.



Introducción

Cuidar a un familiar con una enfermedad crónica como el Parkinson o una demencia no es solo una cuestión de amor o de responsabilidad. Es, muchas veces, una experiencia que consume tiempo, energía y vínculos. Nadie te prepara para lo que significa. Y lo más difícil no siempre es la enfermedad en sí, sino la soledad que poco a poco va envolviendo al cuidador.

Quiero contarte algo que me pasó y que refleja muy bien esta realidad que vivimos muchos.


Hacer tiempo para escapar

Durante años viví en el centro de la capital. Tenía todo cerca: supermercado, panadería, farmacia. Bastaba con caminar unos metros para resolver cualquier compra. Pero empecé a hacer tiempo. Si el supermercado estaba a 20 metros, yo inventaba un recorrido de seis cuadras.

Hacer tiempo se convirtió en mi refugio. Daba vueltas antes de entrar a casa, alargaba la ducha, me demoraba cocinando. Hasta evitaba el ascensor y subía los cinco pisos por escalera. ¿La razón? Robar minutos para mí.

En esos ratitos “seguros”, mi mente volaba: me imaginaba recorriendo las calles de Miami, caminando por un pueblo europeo, o conociendo rincones de Latinoamérica. Eran viajes imaginarios que me sacaban de esa demanda inagotable que me superaba por completo.

Porque cuando cuidás a alguien enfermo, la sensación es esa: una demanda infinita que nunca termina.


No hay final rápido

Cuando uno tiene una muela infectada o una apendicitis, el camino es claro: vas al médico, te dan un tratamiento, te operan, duele… pero pasa. Es un problema que tiene comienzo y final.

Con una enfermedad crónica, en cambio, no hay ese final. No existe el “listo, ya pasó”. Lo que hay es un cuidado constante, repetitivo, exigente. Y en ese “día tras día” es donde empecé a buscar escapes, a inventar tiempos, a aislarme sin darme cuenta.


El aislamiento invisible

Al principio, solo me demoraba en contestar mensajes. Más adelante, directamente dejé de hacerlo. Empecé a saludar poco en la calle, apenas lo justo. Me iba metiendo hacia adentro, sin registrarlo del todo.

Un día, caminando sola y metida en mis pensamientos, una chica chocó conmigo. Levanté la vista y me encontré con una amiga muy querida.

—¡Laura! Qué suerte que te crucé, hace tanto que no sé de vos —me dijo.

Miré el celular: habían pasado tres meses desde nuestra última conversación. Me había ido alejando de ella… y de todas. Ya no había encuentros de mate con “las chicas”. Ya no había charlas largas ni risas compartidas. Sin darme cuenta, me había quedado sola.


La soledad del cuidador

Este es uno de los mayores problemas de quienes cuidamos: la soledad. Al principio todos preguntan, todos ofrecen ayuda. Pero con el tiempo, los demás desaparecen: porque tienen trabajo, hijos, porque no saben cómo ayudar, o simplemente porque no pueden soportar ver a la persona enferma.

Y uno se queda ahí, sosteniendo todo. Sin delegar, sin soltar. Con la taza de té en la mano y la sensación de que nadie ve el esfuerzo que hacemos cada día.

Esa soledad pesa más que el cansancio físico. Es un silencio que se va metiendo, y que de a poco te roba amistades, vínculos, hasta el reflejo de vos misma en el espejo.


Cómo salir de ese encierro

Lo aprendí tarde, pero lo aprendí: nadie puede cuidar solo para siempre. Delegar no es un lujo, es una necesidad. Hablar con otros, aceptar ayuda, mantener espacios propios.

Hacer tiempo para mí no tenía que ser solo un escape en las escaleras o en un recorrido inventado. También podía ser compartir un café con una amiga, volver a un grupo, pedir un rato libre.

Entendí que mi vida no podía reducirse solo a cuidar. Porque si yo me rompía, tampoco podía sostener a nadie.


Conclusión

Cuidar es un acto de amor enorme, pero no debería costarnos la soledad. Si estás en ese camino, no te encierres. No te aísles como hice yo. Buscá ayuda, pedila sin culpa, sostené tus vínculos.

Y sobre todo, reconocé que tu tiempo también es valioso. Que merecés descansar, reírte, salir, soñar con viajes reales o imaginarios.

La soledad del cuidador existe, y es dura. Pero no tenemos por qué atravesarla sin compañía.


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Porque cuidar a otro también requiere que te cuides vos 💙.

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